MI AMIGO ROBINSON CRUSOE
a Marcelo Rebón.
Hoy un amigo es su soledad
su departamento la isla que habita,
él me ha dicho: soy el Robinson Crusoe de Boedo
entre la tolerancia de las migas
a Marcelo Rebón.
Hoy un amigo es su soledad
su departamento la isla que habita,
él me ha dicho: soy el Robinson Crusoe de Boedo
entre la tolerancia de las migas
y la pelea por su paraguas.
Luego hemos salido a caminar para esquivar los insultos
para encontrar una excusa ante las lágrimas o la bronca
porque mi amigo no quiere ser Van Gogh
y necesita sus dos orejas
y la de alguien más,
tiene miedo del fracaso inaugural o permanente
a pesar de que ve en los ojos de todo aquel que se le cruza
como un brillo intruso
y se pregunta si todos ellos
no se habrán fumado el vértigo de una bocanada
si tendrá que salir siempre corriendo
para coronar la mugre
el pálpito
las groserías
los sobrenombres
el amor a destiempo y a destajo
las llamadas urgentes de ayer
el miedo a algún nuevo fantasma
la falta de erecciones aceptables
el deseo de sentirse bien por un día.
Mi amigo presiente que el pavimento quema
que le encuadernan el aire y la nostalgia
porque le duele olvidarse de su memoria
porque teme no poder cobrar las fumigaciones del mes
mientras se acortan las treguas y las máscaras.
Mi amigo planea y mide la desolación
el desgano se le ocurre una razón
una manera de moverse en una ciudad
cada día más lasciva y oscura,
intenta aplacar el rencor
trata de mirarme y no mandarme al carajo
se asoma a las inmediaciones del llanto o la pelea
para poder derivar su dolencia
que es el mundo y sus orillas
con sus calles
y los gritos
las corridas
los pliegues
el repulgue de la amistad
la oreja que Van Gogh se cortó
y que a él le hace tanta falta
la gente
los pocos amigos
la intemperie de estas amistades
el charco denso y siniestro
que lo obliga una vez más
a llamar por teléfono y pedir su cámara de fotos
y estar a punto de estallar
sin testigos
solo
tremendamente solo
y con un torrente de signos
indicándole la aridez de los epílogos.
Conrado Yasenza.
Luego hemos salido a caminar para esquivar los insultos
para encontrar una excusa ante las lágrimas o la bronca
porque mi amigo no quiere ser Van Gogh
y necesita sus dos orejas
y la de alguien más,
tiene miedo del fracaso inaugural o permanente
a pesar de que ve en los ojos de todo aquel que se le cruza
como un brillo intruso
y se pregunta si todos ellos
no se habrán fumado el vértigo de una bocanada
si tendrá que salir siempre corriendo
para coronar la mugre
el pálpito
las groserías
los sobrenombres
el amor a destiempo y a destajo
las llamadas urgentes de ayer
el miedo a algún nuevo fantasma
la falta de erecciones aceptables
el deseo de sentirse bien por un día.
Mi amigo presiente que el pavimento quema
que le encuadernan el aire y la nostalgia
porque le duele olvidarse de su memoria
porque teme no poder cobrar las fumigaciones del mes
mientras se acortan las treguas y las máscaras.
Mi amigo planea y mide la desolación
el desgano se le ocurre una razón
una manera de moverse en una ciudad
cada día más lasciva y oscura,
intenta aplacar el rencor
trata de mirarme y no mandarme al carajo
se asoma a las inmediaciones del llanto o la pelea
para poder derivar su dolencia
que es el mundo y sus orillas
con sus calles
y los gritos
las corridas
los pliegues
el repulgue de la amistad
la oreja que Van Gogh se cortó
y que a él le hace tanta falta
la gente
los pocos amigos
la intemperie de estas amistades
el charco denso y siniestro
que lo obliga una vez más
a llamar por teléfono y pedir su cámara de fotos
y estar a punto de estallar
sin testigos
solo
tremendamente solo
y con un torrente de signos
indicándole la aridez de los epílogos.
Conrado Yasenza.
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